Ángel y José Paganelli, dos hermanos oriundos de la Toscana italiana, llegan al puerto de Buenos Aires en agosto de 1860. Primero viajan a Córdoba y en 1864 ya merodean Tucumán con una cámara de fotos. Los primeros meses de 1865 anuncian que el público encontrará esmero y prolijidad en la “Galería de retratos fotográficos de Paganelli y Cia”.

Con buenos precios y una simpatía a flor de piel logran un suceso. Por muchos años su nombre es sinónimo de arte fotográfico y calidad, fama que se prolonga hasta nuestros días, haciendo del nombre de Ángel y un puñado de sus fotos un hito en la historia visual de Tucumán y de la Argentina. Aquí van algunos detalles de su negocio, tomados de los muchos avisos que publican en los diarios locales y de una entrevista que José Fierro le hace a Ángel poco antes de morir.

- Habían pasado pocos meses cuando anuncian haber hecho reformas y mejoras en el local. Ofrecen rebajas en la tarifa y se jactan de “haber merecido elogios de toda persona inteligente” por lo que han decidido “establecerse definitivamente en la ciudad”.

- Un aviso dirigido “A las bellas tucumanas” nos lleva a una anécdota: de entrada la mejor propaganda vino “de las mejores niñas de nuestra sociedad”, a las que invitaban a su estudio. Pero ocurrió que las matronas recelaban ese entusiasmo y esto derivó en que Paganelli, “con proverbial paciencia y buena voluntad”, comenzó a concurrir a “sus propias casas” a retratar incluso a estas señoras “vestidas de reinas”, dice Fierro.

- A pocos meses de haber abierto, en julio de 1865 hacen una apuesta asombrosa: “las familias que concurrieren a hacerse retratar, recibirán GRATIS una de las vistas de la hermosa plaza de Tucumán”. Meses después anunciaban que “se hallan a la venta vistas totales y parciales de la hermosa plaza”. Este fue el comienzo de una serie extraordinaria de registros de la ciudad.

Esos lugares de la Casa Histórica que son imperdibles y muchas veces pasamos por alto

- A fines del primer año piden que se abone la mitad del trabajo cuando se lo encarga. Parece que cobrar era todo un tema. El negocio obliga a algunas tretas rudas, como, en marzo de 1866, cuando en El Liberal publican: “Al señor Clementino Colombres, se invita a abonar la cuenta que debe al establecimiento fotográfico Paganelli y Cia”.

DE 1866. Así quedó el retrato fotográfico de Ángel Paganelli tras ser tratado con inteligencia artificial por Alejandro Grosse.

- Intentan mantenerse actualizados en un rubro que marcha a gran velocidad. En el diario “El Pueblo”, el 17 de mayo de 1868, ya ofrecen “el justamente aplaudido sistema a dos tintas o de doble fondo”, lo que da “riqueza de tono, limpieza de detalles, dulzura de contornos”.

- En el comercio del retrato los Paganelli no se limitan a tomar fotografías; en su Galería se vendían cuadros de todos los tamaños y de distintas formas. Se vendían tarjetas, cajas y álbumes. Todos accesorios para guardar o mostrar fotos, dibujos, cartas y otras intimidades que no podían faltarles a las familias acomodadas.

La Casa Histórica tendrá su propio perfume: “Umbral”

- Detrás del éxito de la fotografía como negocio está el deseo de guardar los rasgos de una persona, de la misma manera que su masividad se debe a lo simple y barato del sistema recién inventado: la carte de viste. En Tucumán podemos contar con apenas dos o tres decenas de retratos (sean pinturas de sala o miniaturas) hasta mediados de 1860, mientras pasamos a cientos en los próximos 15 años, cuando se instalan los Paganelli ofreciendo ese nuevo sistema. Tener una imagen familiar ya no es un artículo de lujo. Incluso, hay personas que se retratan varias veces en la vida. Conocemos niños, sirvientes, grupos, gremios, perros, gente posando y gente pasando. Se reprodujeron pinturas, grabados y otras fotos hechas previamente.

- 1869 es el año que la sociedad de los hermanos Paganelli se desarma: José se va a Córdoba y queda sólo Ángel en Tucumán. Según los especialistas entre ese año y 1870 él toma la foto de la Casa Histórica. Uno de los intelectuales más reconocidos de la época, el jurista Arsenio Granillo, lo invita a participar en el proyecto del libro “Provincia de Tucumán”. Será esta la producción gráfica más ambiciosa que se haya hecho en la provincia. Se lo publica en 1872 y su versión de lujo (unas 100 unidades) contiene 21 fotos. Paganelli, quizás con algún ayudante, las copia, revela, fija, recorta y pega con engrudo, una por una, lo que da un total de unas 2.100 piezas, según el especialista Roberto Ferrari.

- Al principio se sorteó toda competencia. Pasaron los hermanos Gigoux, Juan Estienne y el catamarqueño Navarro, pero fue luego de 1876, cuando se instala en la ciudad el fotógrafo y pintor boliviano Aniceto Valdez, que se levanta la vara. Se pone de moda retratarse con Aniceto. En la década siguiente abre el brasileño Christiano Junior y el viento cambia de rumbo. Para fines de siglo Paganelli cierra la Galería, aunque no deja de fotografiar. Sus últimos trabajos son de empleado en la Oficina de la Contaduría General. Ha sido socio de la Sociedad Extranjera y miembro fundador de la Sociedad Italiana. Se ha casado dos veces y cuenta con siete hijos de ambos matrimonios.

- El material fotográfico que había producido fue oro en polvo en sus últimos años. En los tiempos del Centenario “todos, uno tras otro, corrieron a escarbar y aprovecharse de los archivos”. No ponía reparos a los pedidos, poniendo “a disposición de los buscadores cuanto tenía, eternamente sonriente y pródigo”, se quejaba Fierro un año antes de su muerte.

- A la 1.30 del 17 de julio de 1928 muere Ángel Paganelli en su casa de Crisóstomo Álvarez 865. Tenía 93 años. En los papeles figura como viudo, no se especifica profesión pero sí la causa de muerte: cardioesclerosis. Se lo vela en la Sociedad Italiana y al otro día se ingresa el cuerpo al Cementerio del Oeste. El féretro es llevado a pulso hasta el panteón de la comunidad y con el número de registro 19.754 se asienta en el registro de inhumaciones.

ANÁLISIS

La IA revive lo que parecía perdido para siempre

Alejandro Grosse

LA GACETA

Con respecto a la creación de esta imagen, se utilizó el modelo de IA Flux Kontext, que se caracteriza por regenerar la imagen pero manteniendo mucha fidelidad con la original. Los únicos ajustes posteriores que se realizaron para llegar a la imagen final tienen que ver con el contexto histórico de la foto. Por un lado se le dio a las personas un carácter más local, ya que los modelos de inteligencia artificial suelen representar a las personas con un estilo marcadamente anglosajón. Por otra parte se buscó reflejar que era invierno en Tucumán, por lo que se atenuó el color verde del pasto y se lo llevó a colores más ocres.

La foto tratada por Alejandro Grosse, de LA GACETA, con el modelo Flux Kontext de inteligencia artificial.

Hizo bien, don Ángel

Guillermo Monti

LA GACETA

Decía Robert Frank que toda fotografía debe contener la humanidad del momento. Vaya si lo entendía así Ángel Paganelli. Tranquilamente pudo haber despejado de presencias su puesta en escena, reclamándole a esa dupla sentada al sol en el cordón de la vereda que se fuera a otra parte. Paganelli estaba sacando la foto más valiosa de todas -ignorándolo en ese momento, claro-, pero no se le ocurrió “limpiarla” de vida. La composición terminó siendo perfecta. Nunca se vio ni se verá a la Casa Histórica con semejantes niveles de realidad.

La foto tomada por Ángel Paganelli en 1869 y publicada en 1872 en el libro de Arsenio Granillo, uno de cuyos originales se guarda en la Casa Histórica.

¿Quién es el hombre? ¿Y el niño? ¿Serían padre e hijo? ¿Se tratará, como se especula, del asistente que ayudaba a Paganelli a transportar la cámara y el laboratorio portátil por aquella aldea con ínfulas de ciudad que era la San Miguel de Tucumán de 1869? ¿O simplemente se sentaron a tomar un descanso y fue el azar el que los inmortalizó en ese tiempo y en ese lugar? ¿Y qué hay de la sombra que asoma abajo, a la derecha de la imagen?

La foto en sí misma puede albergar una novela de viajeros en el tiempo, o de indiferentes y habituales testigos de una fachada que se caía a pedazos, o de esa puerta abierta a medias -por la que Paganelli ingresó para fotografiar a las hermanas Zavalía-. Y a la vez explica por qué la Casa Histórica no daba para más y, en una época en la que el cuidado del patrimonio era un concepto inexistente, no parecía caberle otro destino que la demolición.

Paganelli no podía saber que estaba haciendo historia en esa mañana (¿mediodía?) de invierno (¿otoño?). Así giraron las ruedas de su destino. Una foto, una casa, dos extraños al sol, y -nada menos- el documento clave. Luz para un símbolo del pasado que bien pudo haberse perdido.